martes, 22 de junio de 2010

SGCI 0178 WK22J - 09:38:52 - 062210

Discutíamos mi suegra y yo -y al final nos poníamos de acuerdo- el año pasado sobre estas fechas a cuento de las recomendaciones y consejos que ofrecían Turismo de Barcelona y la Concejalía de Prevención y Seguridad a los paseantes turistas y autóctonos de la ciudad, sobre la posibilidad de concurrencia en una misma persona de dos diferentes cualidades en principio excluyentes y sin embargo, como conveníamos a la postre, compatibles: tolerancia e intransigencia. El tema era lo bien o mal que nos parecía la (horrible) práctica tan extendida últimamente del (desagradabilísimo) seminudismo chiringuitero. En Barcelona, como comentábamos, desde hace un par de años instituciones, organismos públicos y asociaciones de comerciantes instan a los transeúntes y clientes de terrazas, ambigús y comercios en general a vestir con decoro y corrección en sus visitas a la ciudad y establecimientos de despacho abiertos al público.
Con el paso de los años llegas a la conclusión de que en la vida hay cosas que y cosas que no, y a pesar de que intentes hacerte el moderno tarde o temprano se te ve el plumero. Entre las que no, está el pasear con el torso desnudo o en biquini por la calle por más calor que haga. En tu casa puedes vestir (o no) como quieras y hacer lo que te venga en gana, pero en un lugar público hay que comportarse y sobre todo si se trata de un restorán, por muy al aire libre que esté. En los sitios de veraneo esta fea costumbre de promocionarse a pecho descubierto sin duda está más extendida entre los varones, mayormente los jóvenes (el daño que Gran Hermano ha hecho a la juventud es únicamente comparable al causado por Fama ¡a bailar!). Puede que alguien piense que pelarse unos espetos con tu cervecita en un chiringo de la playa en traje de baño y chanclas tiene un pase -el que se lo quiera dar-, pero aun así sentarse a la mesa a tomar el aperitivo o a almorzar semidesnudo es una guarrada y está feísimo. Yo puedo tolerar ciertas actitudes o prácticas radicalmente opuestas a mi forma de pensar, pero nadie va a convencerme jamás de que son correctas y nunca en la vida voy a ceder lo más mínimo y acabar por aceptarlas como tales (de aquí arrancaba la discusión con mi augusta, lo de la tolerancia y la intransigencia). Porque la experiencia me dice que el tío que se sienta a la mesa sin camiseta aparte de ir contra las más elementales normas del decoro y la compostura, se toca. Y cuando empieza a tocarse, no para hasta que se ha manoseado y rascado entero, incluida la espalda. Acaba por palmearse la barrigota, sobarse el pecholobo y juguetear con las tetillas; por arrancarse pelillos del pecho o de los sobacos y explotarse granillos de los brazos... y venga sobarse, y venga rascarse... Que lo haga sin darse cuenta o con ánimo lúbrico es lo de menos. Pero eso es así. La próxima vez, fijarse.

1 comentario:

Anónimo dijo...

De acuerdo. Continuemos por erradicar los pantalones piratas y las bermudas de la escuela (por fresquitos que vayan los ahelicos) y de la Universidad.
No viene mal saber que a determinados acctos públicos, se va con chaqueta, por respeto a los que allí intervienen.
Y ya puestos, hablemos de zapatos, que es que no se puede ir a ciertos sitios con chanclillas...
Eso sí, se está más fresquito y aireao, pero dónde va a parar...
Alberto