lunes, 26 de julio de 2010

SGCI 0183 POP26J - 09:34:41 - 072610

Siempre pensé que era una bebida de viejas hasta que hace poco le di una oportunidad. Recuerdo perfectamente mi primer gintónic. 1993, agosto. Mi afición por la ginebra nació algo antes y corrió paralela a la de leer novelas policíacas. Murió un tiempo después, cuando empecé a sufrir en silencio, ya sabes. Hasta aquel verano, la combinaba con limón; una mezcla de lo más refrescante. Después, también (aquella extravagancia fue una raya en el agua). Un amigo te llama, sospechas que quiere convencerte de algo, darte su versión de la movida que acaba de reventar la pandilla y te dejas llevar incluso a la hora de pedir las bebidas. Visualizo la escena como si la estuviera viviendo (bebiendo) en este momento. Durante la charla mi amigo no para de largar de unos y otros buscando mi complicidad, de justificarse y de venderme la historia como si yo, pobre inocente que no me entero de nada ni sé de qué va la película, no tuviera más remedio que tomar partido por él ante la contundencia de sus argumentos y explicaciones. Me cuesta horrores no saltar por encima de la mesa y majarlo a hostias, gritarle a él todo lo que no he sido capaz de decirle a ella entre otras cosa porque sé que no servirá de nada y el numerito no me otorgará la justicia que algún día espero hallar. Así que me limito a poner cara de asco y echarle la culpa al gintónic. Es mi primera vez, qué esperabas. De vuelta a casa, cuando nos despedimos, él se va tan contento -creyendo haberme convencido- por anexionarse un elemento básico (fundamentalmente porque el más agraviado por el tema va a hacer número entre los suyos) y yo juro por lo más sagrado que nunca más volveré a confiar en él. Ni en ella.
Casi todos los profesionales del ramo ponen el origen de nuestra aversión u hostilidad a ciertas cosas en algún trauma de la infancia (adolescencia, en este caso), en algún acontecimiento que nos haya conmocionado o marcado para siempre, y luego nosotros disfrazamos nuestra fobia de lo que mejor nos viene y nos justifica o de alguna gracieta: el gintónic es una bebida de viejas...
Reconozco que junto con la FOTOGRAMAS la revista AR es mi publicación mensual de culto. Nadie podrá negarme que analizar la portada de la AR es el mejor medio para comprobar las maravillas que pueden hacerse con la última versión del photoshop. En su último número el Gin & Tonic se reinventa para convertirse en la bebida más sofisticada del momento. El rey de la noche. Tu marca de ginebra de toda la vida ni aparece entre el muestrario de botellas de diseño y alucinas con los ingredientes con que se elaboran hoy día la propia ginebra o el agua tónica -ojo de dragón, hojas de amapola, limón asiático o quinina del Perú-. Supongo que es mi actitud de natural prejuiciosa la que me impide disfrutar plenamente de los pequeños o grandes placeres que me niego sistemáticamente. Es como el rollo que se traen los americanos (estadounidenses) con lo de ir a pescar con la prole. El plan perfecto para pasar tiempo con tu hijo y mostrarle a él (y al mundo) cuán enrollado y gran padre eres, qué complicidad existe entre ambos y lo que le quieres (y te quiere) y unidos que estáis. He aquí otro trauma, pues: Fredo Corleone subido en la barquita, pescando en el lago Tahoe, rezando un Avemaría a punto de ser ejecutado. Si a mí me viene un pariente y me invita a salir a pescar al lago con su barquita, salgo corriendo y no paro hasta reventar. Está claro que con los prejuicios y las suspicacias no se trata tanto de darle una oportunidad a las cosas o a las personas como de darte una oportunidad a ti mismo.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Qué razón llevas. ¡Cuenta la historia de aquella traición!